(Imagen - La Razón)
El 24 de agosto, momentos antes del inicio de la inmovilización obligatoria, la policía encontró a más de 70 personas bailando y tomando en Thomas Restobar, una discoteca en Los Olivos. Al tratar de evacuar, la desesperación le ganó a los asistentes, que salieron descontroladamente del lugar, por el angosto espacio de las escaleras. Esta estampida le costó la vida a 13 personas.
Pero, ¿cuál era la necesidad de los jóvenes de ir a esa fiesta? No hay respuesta válida a esa pregunta. Desde el 12 de agosto, el Presidente Vizcarra prohibió todo tipo de reuniones con un decreto supremo. Una acción desproporcionada, creo yo, porque no hace falta mucho sentido común para darse cuenta que es ilógico reunirse, exponerse uno mismo y a nuestros familiares de esa manera. Sin embargo, se han reportado decenas de reuniones, familiares o sociales,donde no se toman en cuenta la ley, y ponen en riesgo el futuro de todos los peruanos. Los contagios han aumentado exponencialmente durante las últimas semanas, y las consecuencias del COVID-19 son claramente nefastas, pero siguen habiendo personas que deciden ignorar todas las recomendaciones y hacer lo que le da la gana.
La ignorancia y la terquedad les están jugando malas pasadas a las autoridades, que ya no saben qué más hacer. Escuchamos todo el día en las noticias que faltan camas UCI, que no hay espacio en los hospitales, que la gente se está muriendo sin poder ser atendida, pero hay peruanos que siguen saliendo, siguen celebrando, siguen, inevitablemente, matando.
Existe esta teoría que el peruano es muy terco, hace lo que le plazca. La Constitución está de adorno, las leyes son opcionales. Van a aparecer los que digan “¡NO TODOS!”, ofendidísimos por la generalización que acabo de hacer, pero no van a poder negar que se han pasado algún semáforo en rojo o se han hecho los locos con el límite de velocidad. No son crímenes severos, pero comprueban mi punto. La cultura peruana está lejos de ser perfecta, y pienso que va a ser muy complicado cambiarla.
Después de pensar un largo tiempo, llegué a la conclusión que no hay manera de controlar a todos los irresponsables. Es físicamente imposible que el ejército y la policía esten en todo el país, cuidando a los ‘juergueros’, parados afuera de su casa para que no salgan. La única manera de que sigan las reglas, es por voluntad propia. Cabe recalcar que la mayoría de los que salen e ignoran las normas no van a cambiar su actitud hasta que se contagien y tengan que luchar por sobrevivir. Para ese entonces, ya va a ser demasiado tarde.
No obstante, el gobierno puede hacer cambios, que a la larga van a mejorar el comportamiento de todos. Para empezar, y la más obvia solución, es mejorar la calidad de educación pública en el Perú. Enseñarle a los niños a seguir la ley desde pequeños es la mejor manera de inculcarles estos valores, y que los internalicen por el resto de sus vidas. Hay que hacer que entiendan que robar, por más que sea un caramelo, no es lo correcto. Así, creo yo, que van a avanzar por la vida siendo respetuosos y conscientes de sus acciones. La segunda sugerencia que tengo sería aplicar sanciones más severas para los infractores, que sufran cuando tengan que pagar la multa, o pasar un tiempo bastante largo detenidos por la policía. El castigo es el último recurso, pero ahora se ha vuelto necesario. Por último, considero importante reforzar la imagen de las autoridades, como los policías y serenos. La sociedad le ha perdido el respeto a los oficiales, pensando que con excusas o hasta un poco de dinero, es fácil deshacerse de ellos. Al fortalecer la idea de estas personas, los individuos van a andar con más cuidado, alertas para asumir las consecuencias de sus actos. No podemos olvidarnos que sin respeto mutuo y un sistema estricto, el Perú no va a progresar.
Isabella Carranza
Fuentes Consultadas
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